Yo camino ligero detrás de la derrota



Ella avanzaba, cansada,
arrastrando sus pies de mes mayor
por el asfalto caliente, junto al borde de la acera,
donde pugna por vivir lo inesperado.

Él, a su lado, distraído;
con un brazo cargaba una bolsa de hortalizas
y con el otro rodeaba la espalda de ella,
temiendo que huyese, supongo.

Yo habría huido, desde luego,
pero solo iba detrás de ellos, cruzando el paso de cebra,
contemplando la estampa viva de aquel futuro que deseché,
caminando a ritmo ligero detrás de la derrota.

Quedaban metros para llegar a su portal cuando ella
empezó a rebuscar, como un autómata, en su inmenso bolso:
jamás había sido capaz de encontrar sus llaves a la primera,
pero en aquel momento lo hizo. Yo estaba allí y fui testigo.

Él la miró entonces como quien ve un milagro
y anudó de nuevo con fuerza su brazo a sus hombros.
Ella prefiere que la cojan de la mano, pensé yo
antes de dejar de observarles para siempre.

Y seguí andando, por la otra acera,
al otro lado del túnel y la vida que perdí,
mirando al suelo, al cielo, a las paredes.
Sin pensar en nada más que en ellos tres.

La pintura desconchada de los viejos edificios
dibujaba geografías de países inventados,
pero ni siquiera eso fue suficiente
para brindarme algún consuelo.