«Sabía lo que amaba y nunca hice caso a los negacionistas»


Encontró su lugar en Staten Island, Nueva York, en cuanto los 70 empezaron a oler a punk. Antes de eso ya había triunfado en su país, después de retratar a lo más granado del rock y el pop de su época, de reunir frente a su objetivo a la Santísima Trinidad del Glam: Bowie, Iggy y Reed, de engrandecer el mito de Queen, de retratar como nadie al díscolo Syd Barrett, de hacer de Debbie Harry la nueva Marilyn Monroe…

Su lema resume bastante bien el modo con que se enfrenta a la vida: «Espera siempre lo inesperado». Así comenzó su carrera, de manera casi fortuita, mientras se colaba con su cámara en las salas de conciertos del Londres de finales de los sesenta. Así se tropezó, también, con su primera mina de oro: Ziggy Stardust. Desde entonces, no ha dejado de convertirse en leyenda a cada golpe de flash.

¿Es exagerado decir que las mujeres y otras sustancias tuvieron la culpa de que un estudiante de Literatura de Cambridge cambiase los libros por las cámaras?
Sí que hay algo de verdad en eso... La primera vez que cogí una cámara de fotos hubo una rubia por medio… Y también una experiencia psicodélica.

Y predestinación. Porque de no haber sido fotógrafo musical, ¿a qué otra cosa podría haberse dedicado un hombre apellidado Rock? ¿A la minería?
Es una pregunta interesante. Estoy seguro de que habría sido inútil para el trabajo. Siempre he necesitado libertad y habrá quien diga que desenfreno. La palabra que me viene a la mente es destino. Echo la mirada atrás y está claro que esto era lo que tenía que hacer.

Varias generaciones han conocido la cara del rock a través de su mirada. ¿No da un poco de vértigo, en perspectiva, haber sido uno de los principales responsables del código estético de la época más esplendorosa de la música?
Es realmente interesante la repercusión que parece haber ido cobrando mi obra a lo largo de los últimos tiempos, pero no pienso demasiado en ello. El presente me absorbe por completo: mis nuevas sesiones, mi arte fotográfico… Quiero decir que, evidentemente, tengo que lidiar con todo eso por culpa de la demanda de libros, exposiciones, licencias, etcétera, pero estuve a punto de morir hará 15 años estas navidades y eso me brindó un cierto distanciamiento del pasado, cierta perspectiva.

Man Ray, Duchamp y Picasso son sus principales referentes fotográficos. ¿Es igual de exigente en el terreno de la música?
Creo que mis gustos musicales son bastante eclécticos. Me gusta lo que me gusta, desde Hendrix hasta los Yeah Yeah Yeahs, Snoop Dogg o The Killers pasando por Syd Barrett, Bowie, Bob Marley, AC/DC, Van Morrison... Algunas veces actúo como DJ en fiestas y me encanta pinchar todo tipo de música, estilos muy diferentes. Pero no siento la necesidad de fotografiar a todos aquellos cuya música amo.

¿Quiere eso decir que ha aprendido a ser pragmático con el paso de los años?
Siempre he fotografiado a gente de todo tipo. Si echas un vistazo a mi último libro, “Exposed” verás que hay de todo: desde Cat Stevens hasta Lynyrd Skynyrd, pasando por Mötley Crüe, Thin Lizzy, Tori Amos, Carly Simon, Todd Rundgren, Brian Jonestown, Massacre, Kate Moss, Georgia Jagger... Me encanta el proceso entero de tomar fotos. Cuando alguien se pone delante de mi cámara sufro una especie de enamoramiento momentáneo que dura lo que dura la sesión fotográfica. Es igual que tener un montón de pequeños líos amorosos. Aunque también es verdad que hay algunas personas a las que he tenido que volver una y otra vez, sobre todo durante los primeros años. Con esos casos aislados sí que puede decirse que soy esclavo de su imagen.

Habla apasionadamente de su legado, pero más por los protagonistas de las imágenes que por su propia técnica. ¿Se considera más cazador que artista?
Por encima de todo me considero un celebrante. Disfruto sumergiéndome en las imágenes. Es una terapia, para mí. Me entrego completamente en el momento y, después, me siento como saciado, vaciado. Necesito hacer esto para mantener mi energía fluyendo.

¿Cómo logró estar ahí, en el momento y lugar exactos? ¿Intuición, suerte, contactos?

Seguro que las tres cosas influyeron. Descubrí muy pronto que tenía una capacidad para manifestarme de una forma que me excitaba. No tenía nada que ver con el rollo analítico o intelectual. Busqué y me buscaron, pero, por encima  de todo, de lo que tal vez esté más agradecido sea de poder estar vivo y de ser todavía capaz de seguir concediendo caprichos a mi terapia.

Bowie llegó a admitir que su forma de verle coincidía exactamente con la suya. O, al menos, con la forma en que quería verse. Asistir al auge y caída de Ziggy Stardust, ¿cómo fue?
Ya hace mucho tiempo de aquello. Éramos muy jóvenes, vivíamos sobreexcitados, empeñados en experimentarlo todo: el sexo, las drogas, la creatividad… Y, como el tiempo ha acabado demostrando, el nivel de producción de entonces fue realmente prodigioso y aún sigue resultando impactante, de un modo especial, algo que ninguno de nosotros podría haber llegado a imaginar. Por supuesto, el destino ha dejado atrás un montón de vidas destrozadas y cadáveres. Pero aquellos que sobrevivimos logramos pasar por el ojo de la aguja, y damos gracias por ello a cualquiera que sea esa fuerza superior.

¿Insinúa que, durante los días de Ziggy, no eran ya conscientes de estar escribiendo una de las páginas más importantes de la Historia del Rock?
De lo único de lo que era consciente era que amaba a David y todo lo que representaba. Le veía como a una especie de mago. Teníamos tan poco dinero entonces… Pero con su energía fue capaz de contagiar a todos a los que tocaba: Lou Reed, Iggy Pop, Mick Ronson, Ian Hunter de Mott The Hoople, Lindsay Kemp, yo mismo... Estaba demasiado volcado en el presente como para haber sido capaz de tener ninguna perspectiva. Además, éramos tan jóvenes... No había referencias, nada con qué compararse. Quiero decir, ¿de qué otra cosa podríamos haber sido realmente conscientes entonces, además de que todo era tremendamente veloz y emocionante?

En un momento en que la figura de Bowie producía tanta admiración en unos como repugnancia en otros, su estrategia visual dio un resultado excepcional. ¿Significa que el rock entra más por los ojos que por los oídos?
En su caso no hizo falta, porque su música era terriblemente original y conmovedora;  él era las raíces de todo lo que hacía. En ese marco mágico se desarrolló el concepto visual. David fue, y sigue siendo, uno de los mayores revolucionarios culturales de mi generación. Entendió por pura intuición el poder de la fusión de sonido e imagen como nadie lo había hecho antes en el mundo del rock. Cualquiera que lo encontrase repugnante era imbécil, y ese tipo de gente nunca se acercó a mi esfera de influencia. Sabía bien lo que amaba y nunca presté atención a los negacionistas.

En el otro lado de la moneda está Jobriath: un artista de parecidas características al Bowie de entonces al que una nefasta campaña de imagen hundió en la miseria. ¿Cree que su destino habría variado si le hubiese tocado con su varita?
La verdad es que no. Carecía de la originalidad, fortaleza mental y la imaginación de David. David se inventó a sí mismo. Jobriath no era auténtico, le inventaron otros. Se suponía que iba a ser la réplica americana a Ziggy, pero no era algo que saliese de su corazón, de su propia cabeza. ¿Que si le habría fotografiado si se hubiese presentado la ocasión? Por supuesto. Me sentiría intrigado y probablemente habría conseguido sacarle alguna foto interesante. Pero lo único que podría haber hecho por él habría sido darle una capa de barniz. No podría haberle inventado un talento que, en realidad, no tenía. Fue un falso Ziggy. Yo ya había conocido al auténtico.

Comentaba una vez que, en aquella época, llegaba a parecerse a las estrellas a las que retrataba hasta en la forma de hablar. Una mímesis que, en 1975, resultaba casi total, por ejemplo, con Freddie Mercury. 

Creo que la percepción que tenía de mí mismo en aquella época no estaba demasiado forjada. Y es posible que, en cierto modo, aquello me ayudase a abrirme a ciertas materias y a identificarme con ellas desaforadamente. Nadie me dijo nunca que me pareciese a David o a Iggy, pero a menudo me decían que me parecía a Syd Barrett, o a Lou Reed, o a Tim Curry en Rocky Horror, o a Freddie, por ejemplo. En realidad, mis facciones son muy distintas de cualquiera de las suyas, pero cuando observo ciertas fotos entiendo lo que quieren decirme. Es difícil de explicar, pero sí que algo de cierto hay en eso.

¿Cómo recuerda a Freddie Mercury?
Nos conocimos después de que Queen publicase su primer disco. Querían tirar un poco de la imagen glam que se estilaba en aquella época. Les había encantado mi trabajo con David, pero también con Lou e Iggy. Freddie y yo conectamos al instante. Cuando llegó la hora de la producción visual, saltaba a la vista que él era la fuerza dominante del grupo, y sentí una empatía súbita con él. Era tremendamente dulce, entusiasta y andrógino y supo captar mi sensibilidad tan pronto como yo me hice con la suya. Recuerdo haber ido un montón de veces a tomar té al pequeño apartamento que compartía con su novia, Mary Austin, en Holland Park. Todavía puedo verle en camisón y pantuflas. Le encantaba cotillear sobre nuestros conocidos y poner música –era un gran admirador de Joni Mitchell, sobre todo de su álbum Court and Spark– mientras Mary nos preparaba té con pastas. Era todo muy casero e inofensivo. Esa es mi época favorita, antes de que el éxito nos abrumase y la locura y las drogas se nos fuesen de las manos.

¿En qué momento se separan sus caminos?
No diría tanto que se separaron como que fueron distanciándose gradualmente… Yo empecé a obsesionarme con cosas nuevas, en especial con el inminente movimiento punk y el frenesí que se respiraba en Nueva York durante aquellos días. Para mí, Nueva York era mucho más peligrosa y sexy que Londres. ¡Sobre todo para un inglesito como yo, con mis estrambóticas credenciales! Así que comencé a pasar cada vez temporadas más largas en Nueva York y fui encontrando nuevos y más locos ‘amigos’. Aún así, veía a Freddie de vez en cuando. Tengo algunas polaroids privadas que le tomé en Nueva York, pero, aunque hablamos de ello, nunca volvimos a hacer otra sesión. Encontramos otras formas más auto-indulgentes de pasar el tiempo. Después de eso me mudé para siempre a Nueva York en 1983, perdimos el contacto y no volví a verle. No estuve con él durante los últimos años de su vida, algo de lo que me lamento enormemente. Era una joya: un talento increíble, pero, y tal vez lo más importante de todo, un alma dulce y generosa. Todos echamos de menos a este gigante de la música. Uno de los más grandes de todos los tiempos, sin duda.