«Escribo sobre la pobreza porque es lo que más me jode»
Sven Creutzmann |
Soporta estoicamente el encasillamiento forzoso al que le someten quienes aún siguen refiriéndose a él como “el Bukowski caribeño”, una vieja estrategia editorial que, lejos de hacerle enfadar, le provoca una sonrisa. Cierto es que, a lo largo de los últimos quince años, se ha erigido como abanderado del mejor realismo sucio, pero él achaca esta predilección por los ambientes marginales y malditos más a la coherencia que al deseo. La pobreza le ha rodeado siempre y en más de una ocasión le rugió tan cerca que se le pegaron las tripas.
A pesar de haberse revelado como auténtico factótum a lo largo de su vida (ha sido obrero agrícola, zapador especialista en demoliciones, profesor de dibujo técnico, dirigente sindical, constructor, locutor, periodista y actor de radio, entre otros muchos oficios) supo desde muy pronto que era a la escritura a lo que quería consagrar su vida. Luchó por fabricarse su propio destino y lo logró. Ha escrito sin cesar desde entonces. Por eso no es extraño encontrarle con las manos manchadas de tinta, como ahora.
Hace unos días, leyendo a Sherwood Anderson, me acordé de ti. Sueles mencionarlo a menudo, tanto en tus libros como en tus entrevistas, como ejemplo de literatura directa y atemporal.
Sí, porque tuve la suerte de leer –con apenas 16 años, quizás, o menos– su libro de cuentos “Winesburg, Ohio” y “Desayuno en Tiffany’s”, de Truman Capote. Además de “Los héroes no vuelven”, cuentos de Erskine Caldwell, muy antipatrióticos, por cierto. Me marcaron para siempre. Eran tan naturales, tan sinceros, que me dije: así quiero escribir yo algún día. Y por ahí leí una selección de cuentos de Chéjov y “Bola de sebo” y otros cuentos, de Guy de Maupassant. Uf, completo. Ya, ¡ésa era mi estética! Completado con todas las películas que veía cada semana en los cines de Matanzas: Truffaut, Renoir, Kurosawa, Godard, Forman y Polanski (uno en Praga todavía y el otro en Cracovia), Wajda, Bergman, todos los italianos... Soy un privilegiado por haber nacido en 1950 y vivir en un país pequeño pero muy especial. Muy especial.
Tan especial que muchos aún piensan que es sobre Cuba sobre lo que giran tus novelas...
En realidad escribo sobre la pobreza. Estoy convencido de que ese es el asunto que más me interesa, o más me aterra y me jode en la vida. Cuando tenía 19 años tuve un bellísimo romance con una muchacha de un barrio de las afueras de La Habana. Aquel romance duró tres o cuatro años, de un modo intermitente. Cuento algo de esa familia y de ella al final de “El nido de la serpiente”. Ella quería estudiar medicina. No logró nada en la vida. La pobreza y el subdesarrollo la hicieron encontrarse con tipos muy machistas después que nos separamos. Tuvo dos hijos. Todo se complicó, empezó a trabajar y en fin, ahí está. La vi hace un par de años y me quedé asombrado. Tiene 60 años, como yo, pero parece que tiene 75.
Desde aquel momento supe que quería contar esa historia: cómo la pobreza y el subdesarrollo le joden la vida a la gente y la vida es breve, se te va trabajando en cualquier mierda para ganar unos pesos al día y cuando vienes a ver ya estás con 70 años y te mueres pal carajo. Y vas bien si llegas a 70. Desde luego, me tomó mucho tiempo aprender a escribir. Eso sucedió cuando yo tenía 19-23 años, pero no sabía cómo escribir la novela. Creo que comencé a escribir bien a los 44 años, cuando empecé a escribir “Trilogía sucia”.
Dices que la novela es la tarea que más esfuerzo te exige. No obstante, y a pesar de haber comenzado a escribir tan tarde, publicaste con un ritmo frenético durante los últimos tiempos –15 libros en 13 años–, ¿cómo consigues vencer a esa desidia que, en mayor o menor medida, nos invade a todos los latinos?
No creo que los latinos padezcamos de desidia. Si naces en el fondo de un pozo o bien te quedas ahí toda la vida o decides salir adelante con tus propias fuerzas y tu talento y tu capacidad. Y el revés se convierte en energía positiva. Yo tenía mucha furia, rabia y frustración personal, ideológica y política cuando empecé a escribir “Trilogía sucia” en septiembre de 1994. Llevaba cuatro años pasando hambre, hambre, hambre, y mucho más. Esa energía ayuda a trabajar como un poseso. Y por otro lado me di cuenta de que al fin estaba escribiendo bastante bien o al menos de un modo aceptable. Me llevó treinta años aprender a escribir desde que a los 18, en 1968, había decidido ser escritor sobre todo lo demás. En realidad quería ser arquitecto, ganarme la vida con la arquitectura y mantener mi escritura en secreto, como algo muy privado. No me hice arquitecto sino periodista, hice un curso de cinco años en la Universidad de La Habana, para trabajadores, lo que después se llamó “a distancia”. Recibíamos clases solo el miércoles de cada semana. Yo era periodista en radio y TV en esa época. Y fue una bendición el periodismo para mi escritura de ficción.
Eres un escritor atípico en muchos sentidos. Es admirable la forma en que recelas del ambiente literario, cómo huyes de la pompa y la pose de escritor sesudo y pretencioso, del establishment y sus castas. En España es complicado encontrar a un autor que no caiga en esas redes.
Sí, porque la gente necesita dos cosas: alimentar su ego y verse continuamente en los periódicos, en las revistas, en la TV, diciendo cosas, opinando. O de jurado en los concursos para decidir y emitir juicios. Eso les engorda el ego. Y, por otro lado, necesitan dinero, entonces se prestan a lo que sea. ¡A lo que sea! Es así en todas partes, no solo en España. En Cuba es igual y en México y en Brasil, etc. Y no solo con los escritores sino con todo el mundo. No quiere decir que yo sea un santo especial. Pero me cuido muchísimo de no caer en esa trampa. No me interesa. Me molesta. Hace un par de años uno de los dos periódicos españoles más importantes me propuso tener un blog y que me pagaban no sé cuánto al mes. ¡Ni a jodía! Les dije que no me interesaba. Solo quiero escribir mis libros, pintar, templar con mi mujer, irnos pa la playa, cosas así. Y que nadie me conozca. Ayer, en una librería, dos empleados me reconocieron. Una chica y un chico. Ella se puso muy nerviosa y no atinaba. ¡Quién sabe lo que se imaginaba al leer mis libros! Y de pronto me tenía delante. Mi mujer se dio cuenta de que la chica estaba temblando. Para mí fue embarazoso. No me gusta ser reconocido. También evito el otro extremo: Salinger, por ejemplo, creo que era un neurótico demasiado arrogante. ¡Esconderse y huir de la humanidad!
Como Pynchon, pero yo creo que los que toman la determinación de ocultarse de esa forma tan escandalosa solo buscan otro tipo de publicidad. Publicidad inversa, generar una leyenda alrededor de su figura. ¿Cómo crees que serás recordado tú cuando ya no estés?
Nunca pienso en el futuro, ni me lamento por el pasado. Vivo en el presente. Siempre tengo muchos proyectos entre manos. Por ejemplo, ahora mismo escribo una novela y tengo tres o cuatro más en proyecto para las que tomo notas, incluido un posible tomo de memorias. Memorias de algunos momentos bien seleccionados, nada de pesadeces cronológicas. Estoy pintando unos cuadros y tengo muchos poemas regados en libretas de apuntes que ya debiera empezar a organizarlos en una carpeta. Además de que hago natación o ejercicios físicos todos los días, leo mucho, contesto largas entrevistas para mis amigos de Vigo y de veinte lugares más, y un largo etcétera. Así que no tengo ni idea de qué pasará con mis libros. Aunque, claro, me gustaría que algunos se siguieran publicando un poco más. Unos cuantos años más.
En alguna ocasión has acusado a los escritores españoles de una asombrosa falta de pragmatismo. De hablar mucho para decir poco. O no decir nada.
Claro. Aquí hay otra tradición. No se dan cuenta, pero el Siglo de Oro los marcó a fuego. Más que barrocos son rocambolescos. Además, está en el hecho de ser español: la gente habla, repite, regodea, utiliza metáforas, se escuchan a sí mismos con placer y siguen hablando y hablando. Uf, aburren. En México pasa lo mismo: hablan demasiado. Total para nada. Para perder el tiempo. Fíjate que aquí no hay tradición de cuento. Y, en cambio, continuamente aparece un señor o una señora que publica una novela de 800 o de 1.200 páginas y se queda tan fresco como una lechuga. En Cuba somos mucho más tajantes y directos y no nos andamos por las ramas. Pero además, yo fui periodista de agencia de noticias, y antes de radio y TV. Así que no puedes andar con soliloquios. ¡Al grano!
Mencionas tu experiencia como periodista y no puedo pasar por alto tu periplo de años en “Bohemia”. ¿Cómo se explica que, después de semejante trayectoria y habiendo alcanzado el éxito como escritor, te pusiesen de patitas en la calle?
En octubre de 1998 vine a España a presentar “Trilogía sucia de La Habana”. Tuvo una prensa enorme. Yo repetía que no tenía nada que ver con la política. Que era un libro de cuentos. Pero todos los comentarios eran sobre el matiz político del libro. Por supuesto, ningún escritor es inocente. Yo sé que es un libro del que se puede hacer una lectura política, pero es una simplificación. No obstante cada quien lee lo que quiere, o lo que puede. Cada quien reescribe su propio libro. De ese modo, las feministas me machacan, los antropólogos dicen que es antropología, los periodistas que solo son memorias de los años del hambre en Cuba, y los funcionarios cubanos de la prensa vieron política a pulso en el libro. Cuando regresé a La Habana, en enero de 1999, me echaron a la calle. Sin explicaciones. Por suerte me defendieron en la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC). Siempre hay gente honrada y con criterios propios. Me defendieron y uno de ellos me dijo: “Bueno, Pedro Juan, alégrate, ahora tienes todo el tiempo para escribir”. Y así fue. Veintiséis años de periodismo es demasiado. El periodismo hay que dejarlo a tiempo. O te come las entrañas. Así que a la larga les agradezco la gentileza que tuvieron.
Sí que es cierto que existe una tendencia bastante extendida a preguntarte acerca de política, como si en lugar de un creador de ficción, un novelista, fueses un analista o un politólogo.
Ya sabes: política, fútbol y consumo. El triángulo perfecto para imbecilizar a la gente. En el caso de América es el béisbol. Por eso a la mayoría de los políticos no les gustan los intelectuales, porque tenemos criterios propios y, generalmente, hablamos en voz alta y tenemos mucha gente que nos escucha. Un escritor es, ante todo, alguien que ayuda a pensar a los demás. Piensa él mismo porque está lleno de dudas y preguntas (sin respuesta casi siempre) y contamina a los demás con esas dudas. Por eso no hablo de política. Les haría el juego a los políticos con su enorme ego y arrogancia. Quieren que todos hablemos de ellos. Bien o mal. Les da igual. Lo importante es que nadie los ignore.
Regresando al tema del estilo, no deja de ser gracioso que, a pesar de que tus máximos referentes literarios son genios tan laberínticos como Kafka o Cortázar, te acabases decantado más por la senda que marcan los Carver, Fante, Bukowski, Dos Passos o el propio Anderson.
Es que son geniales. Kafka parte de una idea descabellada pero simple y escribe 200 páginas intensas que te dejan noqueado y Cortázar es el absurdo total. Mi librito “Melancolía de los leones” está dedicado a ellos dos. Pero los dioses se veneran en un altar y nadie intenta convertirse en dios. Así que no los voy a imitar, prefiero seguir mi camino, más cercano a esos americanos pragmáticos, que usan el lenguaje de un modo funcional y eliminan el merengue y los adornos, para no ser empalagosos. Me aterra repugnar al lector o engañarle dando vueltas que no conducen a ninguna parte. Por eso me siento tan bien en la poesía, porque destilas todo lo posible la idea. Escribo haikús. Y son deliciosos. Aunque prefiero leer los de Basho y los otros japoneses. Son mejores que los míos. En realidad, yo solo imito a Basho. Es un juego.
Juguemos. ¿Cuál es el último poema que has escrito?
Tengo muchos escritos en las últimas páginas de mi libreta de apuntes (una especie de diario que me ayuda a organizarme cada día porque las ideas me aturden). Te leo uno:
LOS DADOS SIGUEN RODANDO
Pienso alejarme más aún.
Trabajar en el campo, en un barco de pesca.
Olvidar la poesía.
Desaparecer en la tierra.
Pero es inútil.
Los tiburones se mueven incesantemente.
Hasta dormidos siguen nadando.
El látigo a mi alcance. Y el whisky.
Se hace de noche. Oscurece y ya no veo
mi letra pequeña.
Insisto en el silencio y la lejanía, como un vicio.
Abajo mi mujer escucha música africana.
No se imagina
que yo de nuevo organizo una conspiración
mientras lanzo los dados sobre el tapete verde.
Diría que, de cuanto has escrito, “El nido de la serpiente” es tu obra más autobiográfica. Siempre has reconocido que juegas a la confusión con tus personajes, que partes de un Pedro Juan ficcionado y dejas que sean los propios personajes los que enfrenten sus destinos. Pero hay demasiadas coincidencias con tu vida, con tu formación como escritor y tus recuerdos de hijo del heladero.
Sí, todo está calculado en mi deseo de mezclar arte y realidad de tal modo que nadie pueda separar los campos, confundir, enredar, burlarme del lector. Y en ese juego me burlo de mí mismo y el personaje se mete debajo de mi piel. Hay gente que me tiene miedo, traductores, periodistas, etc. Creen que yo soy un hijodeputa borracho, agresivo, furioso, indecente, maleducado. Y en realidad es todo lo contrario. Los traductores sobre todo me eluden. Supongo que suavizan mis textos pero como yo no puedo leer en hebreo o en alemán o en finlandés o noruego, etc., pues nunca me enteraré de que me traicionan y después no quieren conocerme ni mirarme a los ojos. Como si las traiciones fueran tan importantes. Todos traicionamos. Si no traicionamos, no avanzamos. Nos quedaríamos siendo fieles eternamente, en el mismo lugar.
Precisamente, la novela arranca con una cita de otro poeta, Charles Bukowski. ¿Te molesta que te comparen constantemente con él?
No me molesta. Lo he explicado cientos de veces: mi editor español inventó eso para poder introducir a un autor cubano, desconocido, con un libro tan brutal como “Trilogía”. Y ya. Todos lo repitieron. Pero no me molesta. Me gustan sus libros. Un tipo desenfadado, que convirtió su propia vida en una obra de arte perdurable. Y no lo reconocen en USA. En los medios académicos nadie lo considera. Murió en 1994. Por cierto, él murió en marzo de ese año, creo, y en septiembre yo empecé a escribir la “Trilogía sucia”. ¿Casualidad? Hace 16 años, y ahora es tan outsider como cuando estaba vivo. Así que es una obra perfecta. El escritor que no existe.
¿Sientes que la imagen que se pretende vender de ti en Europa se sigue orientando más hacia esa vertiente outsider por la que tantos os siguen asociando?
Nunca he pensado sobre ese tema de imagen. Lo que sí sé es que muchos editores (no solo en Cuba) se asustan con mis libros. En Alemania unas ocho o diez editoriales rechazaron mis libros, hasta que salió una larga entrevista conmigo en “Der Spiegel” (y yo salí en una foto desnudo en la azotea de mi casa, la hizo Sven Creutzmann) y al otro día varias editoriales se disputaban los derechos, que finalmente se subastaron. Todo muy divertido. Yo me divierto mucho con los hombres de negocio. Y si son de los pesos pesados que usan trajes negros y viajan en primera en los aviones me divierten mucho más. La vida es una obra de teatro, como decía Calderón. En Suecia fue peor. Ocho editoriales los rechazaron. Ahora acaba de salir hace unos meses la primera edición de “Trilogía” en sueco. A mi plin de todos modos. Yo sigo en lo mío.
¿Eso quiere decir que te han levantado el veto allí, después de “Animal tropical”, el libro donde dejabas al descubierto las miserias morales de Suecia y de los suecos?
Así es. Y Agneta temblando en Estocolmo. Me llama nerviosa: “Oh, Pedro Juan ahora seguramente van a publicar “Animal Tropical”, ¿dónde me meto?” Y le digo que pida asilo político en Cuba. Personalmente, no creo que quieran publicar “Animal tropical”. En Europa gustan mis libros porque hablo de Cuba, ¿y si me empiezo a burlar de los europeos en su propio terreno? ¿Si empiezo a analizarlos al duro en algún libro? Bueno, pues ya lo estoy haciendo. No digo más. Ya veremos. Por ejemplo hay un libro titulado “Boarding home”, de Guillermo Rosales, publicado por Siruela como “La casa de los locos”, que habla muy mal de un asilo para gente mal de la cabeza en Miami. Bueno pues los cubanos de Miami no soportan ese libro y hacen como si no existiera. Léelo, es uno de los mejores libros de la literatura cubana.
Muchas feministas han mostrado también su malestar por cómo las mujeres suelen salir paradas en tus novelas.
Sí. Normal. Hay una feminista brasileña lesbiana –estuvimos enamorados de la misma mujer, pero ella se acostaba conmigo y solo jugaba con la feminista– que ha escrito horrores de mis libros. Con mucho odio. Pero creo que en el fondo son celos y envidia porque yo seduzco más y mejor.
¿Qué te libera más, la pintura o la poesía? ¿Son, en algún caso, comparables?
Nunca había pensado en esos términos pero creo que las dos me liberan mucho. Desde ayer estoy pintando un cuadro. A cada rato subo, lo miro, le hago algo. O no le hago nada, pero le digo algo. O le pongo música. Ahora mismo le puse Beyoncé pa que baile un poquito. Y ahí lo tengo hasta que se seque bien. Los poemas los escribo casi siempre cuando algo me machaca mucho. Es otra cosa. Un cuadro es nada. No sé por qué ni cómo pinto. Pero los poemas siempre salen de la preocupación, de las obsesiones. Una novela no. Una novela es demoledora. Ahora estoy escribiendo una y tengo que cuidarme mucho porque esa gente está dentro de mí y no me suelta. Por eso no puedo darle mucho largo a las novelas. Seis meses ya es mucho. Escribiendo, porque pensando y tomando notas antes son años y años. Pero lo jodío es cuando empiezo a escribir. Por eso me gustan más los cuentos porque escribo un cuento de una sentada y en total –preproducción y post– serán 15 días a lo sumo, o una semana.
En tu caso, hay un momento en que poesía y pintura se entrecruzan y se funden. ¿Qué perdura hoy de aquel joven al que prohibieron ingresar en la Escuela de Artes Plásticas de Matanzas y más tarde en la Escuela Nacional de Arte?
Lo que queda es otro Pedro Juan absolutamente distinto, pero conservo algo esencial: la capacidad para jugar como un niño, sin planes, sin objetivos. Es lo que hago con la pintura. Recojo pedazos de metal o de madera en la calle, un tablón viejo, un pedacito de soga. Y los dejo por ahí. Y en algún momento salen cosas. No sé de dónde, pero salen. Casi siempre fabrico mis cuadros. Pintar como pintar lo hago poco. Casi nunca. Hace unos meses vi unas pipas en El Rastro, recordé a Magritte. Compré dos y las dejé por ahí. No sabía qué hacer con ellas. Hasta que al fin, de repente, supe exactamente lo que iba a hacer y salió “Ce ne sont pas deux pipes” y después seguí: Eso no son piedras, esto no es un gallo, etc. Jugando. Me divierto y me río mucho.
¿Te queda algo por hacer en esta vida?
Sí, mucho. Aunque he vivido con tanta intensidad que a veces me parece que tengo 120 años, pero todavía quiero viajar un poco por algunos países que me interesan y no conozco. Quiero escribir dos o tres libros más y disfrutar del día a día: nadar, montar bici, caminar por los montes, mirar a las mujeres y hablar con ellas cuando se puede. Escucharlas. Escuchar a una italiana o a una brasileña es lo más sensual del mundo. Escuchar a una francesa puede provocar una erección. Es fascinante. Sobre todo las maduras. Cada vez me gustan más las mujeres maduras. Y envejecer lentamente. Poco a poco, con buena salud, como un viejo monje budista, solitario, silencioso, alejado, lento, escribiendo haikús.