Cualquier tiempo pasado


Hay gente capaz de cualquier cosa con tal de salir en las noticias. A Nigel Mills lo arrestaron la semana pasada por poner su DeLorean DMC-12 a 88 millas por hora (140 km/h) en una carretera de Essex, en Inglaterra. Esto no pasaría de ser una infracción de tráfico normal y corriente de no haber sido porque ocurrió a la velocidad exacta y en el mismo coche en que los protagonistas de Regreso al futuro conseguían transportarse en el tiempo. En el caso de Mills, al futuro: a un calabozo de Chelmsford con una multa en el bolsillo. No vale la pena.

Es curioso cómo nos define ese deseo de estar en otra parte, porque el tiempo, en este caso, se convierte en un lugar. Cuando uno fantasea con la idea de viajar al pasado, en realidad lo está haciendo solo con su pasado. Si uno plantea entre adultos la pregunta “¿Viajarías al pasado o al futuro?”, casi todos responderían que al pasado. Y es normal, porque sería estúpido viajar al futuro, cuando todos nuestros seres queridos estén muertos o enfermos y no comprendamos nada porque no hayamos asistido al proceso lógico de la evolución. Por eso y porque la nostalgia es el refugio de los cobardes, prácticamente todos viajaríamos hacia atrás en el tiempo.

El otro día, en un bar, mi madre se subía por las paredes porque en la mesa de al lado cuatro miembros de una misma familia se ignoraban gracias a la ayuda de sus teléfonos. Se indignaba porque, al parecer, una familia debería estar condenada a hablar entre sí todo el tiempo sin parar. Viendo sus caras, creo que se estaban haciendo un gran favor.

Yo también viajaría al pasado, claro. Cuando se podía respirar humo en los bares y en las cabinas de teléfono uno olía el aliento condensado de miles de bocas llenas de bacterias. Echo de menos el siglo XX, no me escondo. Añoro comprar discos por sus portadas y no dejar de oírlos hasta que me gusten, ir al videoclub a alquilar diversión para el fin de semana, grabar cintas de la radio, llamar a casa de la chica que me gusta y aguantar la respiración inocentemente mientras dice ¿Sí?, ¿Quién?, ¿Hola?, por si la reconoce. Hacer bromas con el primo de Zumosol, contar chistes de Lepe o decir dabuti sin que me miren raro. Traicionar a El tiempo es oro y a Joaquín Arozamena y apostarlo todo a Telecinco, tu pantalla amiga. El futuro de España es Telecinco, que nadie os engañe. No se puede entender este país sin Telecinco.

Por suerte para los nostálgicos como yo, Delorean ha anunciado este año que a partir de 2017 volverá a producir su modelo más popular en una edición limitada. Muy pronto podremos jugar a ser Marty McFly, para regocijo de los radares. El futuro ya está aquí, sí. Y huele igual que el pasado.